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Cuando escaseaba                              la pastura para los caballos, cuando la caza se alejaba,                              cuando el agua de un arroyo era más abundante en otro                              sitio o cuando llegaba el invierno, los sioux movían                              sus campamentos.
                           Un día, la aldea entera estaba en marcha. Muchas mujeres                              y niños formaban la partida. Numerosos caballos de                              carga acarreaban los tipis y enseres; los hombres                              cuidaban los caballos de guerra y de caza; todos avanzaban.                              Entre ellos, iba una joven con un perrito. El cachorro                              era juguetón y ella lo quería mucho, pues lo había                              cuidado desde recién nacido, cuando aún no abría los                              ojos.
                          El camino se le hacia corto pues el cachorro jugaba                              con ella y los demás muchachos.
                         Cuando oscureció, vio que el perro no estaba. Lo buscó                              en el campamento y vio que nadie lo tenía. Lo llamó.                              "Tal vez se habrá ido con los lobos, como otros perros                              de la aldea, y regresar pronto. Tal vez volvió al                              viejo campamento", pensó la muchacha recordando las                              costumbres de los demás perros de la aldea.
                         Sin decir ni una palabra a nadie, regresó a buscarlo.                              No había riesgo de perderse, conocía bien el camino.                              Volvió hasta donde quedaban las huellas d el campamento                              de verano, allí durmió. Esa noche cayó la primera                              nevada de otoño sin despertarla. A la mañana siguiente,                              reanudó la búsqueda.
el campamento                              de verano, allí durmió. Esa noche cayó la primera                              nevada de otoño sin despertarla. A la mañana siguiente,                              reanudó la búsqueda.
                         Esa tarde nevó más fuerte y Marpiyawin se vio obligada                              a refugiarse en una cueva. Estaba muy oscura, pero                              la protegía del frío. En su bolsa llevaba wasna, carne                              de búfalo prensada con cerezas ùsemejante al queso                              secoù, y no tendría hambre.
                         La muchacha durmió y en sueños tuvo una visión: los                              lobos le hablaban y ella les entendía; cuando ella                              les dirigía la palabra, también parecían comprenderla.                              Le prometieron que con ellos no pasaría hambre ni                              frío. Al despertar, se vio rodeada de lobos pero no                              se asustó.
                          Varios días duró la tempestad y los lobos le llevaban                              conejos tiernos para que comiera; de noche, se acostaban                              junto a ella para calentarla. Al poco tiempo eran                              ya muy amigos.
Cuando                              la nevada escampó los lobos se ofrecieron a llevarla                              a la aldea de invierno. Atravesaron valles y arroyos,                              cruzaron ríos y subieron y bajaron montañas hasta                              llegar al campamento donde estaba su gente. Allí Marpiyawin                              se despidió de sus amigos. A pesar de la alegría que                              sentía de volver con los suyos, se entristecía de                              dejar a los lobos. Cuando se separaron, los animales                              le pidieron que les llevara carne grasosa a lo alto                              de la montaña.
                         Contenta, ella prometió volver y se dirigió al campamento.
                          Cuando Marpiyawin se acercó a la aldea, percibió un                              olor muy desagradable. ¿Qué sería? Era el olor de                              la gente. Por primera vez se daba cuenta de cuán distintos                              son el olor de los animales y el de las personas.                              Así supo cómo rastrean los animales a los hombres                              y por qué su olor les molesta. Había pasado tanto                              tiempo con los lobos que había perdido su olor humano.
                         Los habitantes de la aldea se pusieron felices al                              verla, pensaban que la había secuestrado alguna tribu                              enemiga. Ella contó su historia y señaló a los lobos;                              apenas se veían sus siluetas dibujadas contra el cielo,                              en lo alto de la montaña.
                         -Son mis salvadores -les dijo, gracias a ellos estoy                              viva.
                         La gente no supo qué pensar. Todos le dieron carne                              para que la ofreciera a los lobos. Estaban tan contentos                              y 
sorprendidos que mandaron un mensajero a cada tipi,                              para avisar que Marpiyawin había regresado y para                              pedir carne para sus salvadores.
                         La muchacha llevó la comida a los lobos; durante los                              meses de crudo invierno alimentó a sus amigos. Nunca                              olvidó su lengua y, a veces, los gritos de los lobos                              que la llamaban se oían por toda la aldea. Se hizo                              vieja, los demás le preguntaban lo que querían decir                              los lobos. Así, sabían si se acercaba una nevada o                              si merodeaba algún enemigo. Fue así como se le dio                              a Marpiyawin el sobrenombre de Wiyanwan si kma ni                              tu ompiti: la vieja que vivió con los lobos.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               

 
 

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